Amor, estabilidad y felicidad

25 enero, 2021

¿Quién dice que los jóvenes no planifican sus vidas? «Me quiero sacar este grado, después cursaré un máster, y con un tiempo de experiencia trabajando en Londres seguro que tendré buena entrada en aquella multinacional…». Sin embargo, esta programación de la vida académica y laboral contrasta con una creciente improvisación en la vida afectiva y relacional.

En efecto, la cohabitación, o el «vivir en pareja», es cada vez un fenómeno más habitual y aceptado en las sociedades occidentales. Bradford Wilcox, investigador de la Universidad de Virginia, impulsó en 2017 un estudio, llamado World Family Map 2017, con el fin de comparar los efectos de la cohabitación y el matrimonio.

Los datos obtenidos en el estudio no apoyan la afirmación de que «el matrimonio es sólo firmar un papel». La alternativa sin papeles – la cohabitación – es un modelo de convivencia notablemente menos estable, tanto para los adultos que lo eligen, como para sus hijos, que no tienen el lujo de escoger. Analizando los datos estadísticos de más de 60 países de todo el mundo, el informe World Family Map 2017 concluye que los niños nacidos de parejas cohabitantes en Europa y en Estados Unidos experimentan niveles de inestabilidad familiar más elevados en los primeros doce años de la su vida que los hijos de parejas casadas.

El estudio se centró en analizar cuál de los dos modelos de convivencia aporta más estabilidad. Es indudable que la estabilidad es un valor importante para la vida: todos queremos vivir en una vivienda bien construida, con materiales nobles y duraderos, y conducir un coche a prueba de accidentes y resbalones. La estabilidad es un valor fundamental para la vida individual de los niños y para la sociedad. Las estadísticas asocian la inestabilidad familiar con numerosos efectos negativos para los niños, una realidad observable en culturas y niveles socioeconómicos diferentes.

Los resultados sugieren que el compromiso matrimonial es generador de estabilidad. Quizá por el elaborado ritual que marca la entrada al matrimonio; por las normas de compromiso, fidelidad y permanencia asociadas a la institución; por el trato distintivo que la familia, los amigos y el entorno dispensan a las parejas casadas … O bien, muy probablemente, por una combinación de todas estas cosas, y muchas otras.

Por el contrario, la libertad y la flexibilidad que hacen que la cohabitación sea tan atractiva para algunos adultos conlleva que la convivencia sea por sí misma menos institucionalizada y, por tanto, menos estable.

La superioridad del matrimonio a la hora de generar estabilidad también se asocia a mayores niveles de felicidad. En un estudio norteamericano del 2019 realizado por el Pew Research Center Social & Demographical Trends, los casados ​​también expresan niveles de satisfacción más elevados con su relación. Seis de cada diez adultos casados ​​(58%) afirman que su matrimonio funciona, contra un 41% en el caso de las parejas que cohabitan.

Cuando se les pregunta sobre aspectos específicos de su relación, son muchos más los casados ​​los que afirman que están satisfechos con la distribución de las tareas domésticas, el nivel de conciliación familiar y laboral, la comunicación en el seno de la pareja y la educación de los hijos. El estudio no encuentra ninguna diferencia entre los dos modelos de convivencia en cuanto a la satisfacción con la vida sexual.

Menace Horowitz, la directora del estudio, sostiene que los resultados obtenidos no aclaran por qué las personas casadas son más felices que las que viven en pareja: «Con este estudio, no podemos acabar de explicar por qué las personas casadas están más contentas. Lo que está claro es que incluso cuando controlamos todos los diferentes factores demográficos, incluyendo la edad, la raza, los niveles de educación, la afiliación religiosa, y la duración de su relación, la relación entre el matrimonio y unos niveles más elevados de satisfacción sigue siendo un dato significativo».

Quizás el éxito del matrimonio radica en el hecho de que los contrayentes, en cada paso de la preparación del gran día de la boda, se hacen más conscientes de que inauguran un tiempo nuevo en sus vidas. Y lo hacen a través de unos rituales que los ayudan a experimentarlo todo con un mayor anhelo de trascendencia. Miquel Martí i Pol lo refleja muy bien en su poema «Matrimonio»:

Hemos fundido dos habitaciones en una
y estrenaremos vajilla y colchas.
Tendremos que hacer un nuevo aprendizaje
Para que algún día nos podamos servir
de un solo espejo
y de un solo gesto
y de una sola voz
y podamos ser felices.

Sea como sea, lo que está claro es que en el corazón de cada persona humana está grabado el deseo de ser amado, y que el amor encontrado sea bello, estable, feliz, y duradero para siempre. Lo demuestra el éxito de todas las comedias románticas de Hollywood, que año tras año siguen seduciendo a millones de espectadores en todo el mundo. Espectadores que sufren, juntamente con los protagonistas de la película, las peripecias, los malentendidos y las confusiones del cortejo, deseando que todo llegue a buen puerto y que no se retrase el momento culminante en que se intercambien los anillos.